Entre las actrices que admiro se encuentra Veronica Forqué, que nos sorprendió con su suicidio hace pocos días. De ella me encanta la pasión que ponía en sus papeles como actriz. Hacía que te metieras en el personaje y vivieras las situaciones como si fueses tu el protagonista.
Cuando la vi en un concurso de cocina de televisión pensé que esa persona no era la que yo conocía. Se evidenciaba fácilmente que su estado mental no era bueno. Sufrí una gran decepción y lástima por ella. Pensé que en su vida tenían que haberle pasado cosas que no había podido superar.
Las personas sufrimos de manera diferente las mismas cosas, dependiendo de las edad, el carácter, la sensibilidad, las circunstancias del momento y un sinfín de parámetros. Además nuestra percepción de las cosas se puede alterar sin que nosotros queramos. Algunas personas arrastran un lastre que las hace caminar lento, no ven muy bien la manera de avanzar en la vida y eso provoca que el peso las hunda poco a poco en el camino. No encuentran la salida a los problemas. Con Verónica se veía venir, pero nadie reaccionó, al menos de forma exitosa. Dio muchas señales de alarma, pero el sistema no funcionó, algo falló.
Si escribo estas palabras es porque pienso que lo que le ha ocurrido a ella le puede ocurrir a cualquiera. Me puede ocurrir a mi. A veces, cuando las personas actúan de forma que nadie comprende, en realidad están reclamando una atención detenida, justa y cariñosa de la gente que les rodea. Cuando no lo consiguen es como si gritaran en el desierto, por muy fuerte que lo hagan nadie las oye.
Solo pido que si algún día grito haya alguien ahí para escucharme.
Verónica D.E.P.