Viniste al mundo un domingo de hace justo treinta años, a las once menos diez de la mañana. En mi empeño de no irme demasiado pronto al hospital casi naces en el pasillo de la sala de exploración. A los veinte minutos de llegar al hospital oímos tu primer llanto. Naciste rubio, casi sin pelo, con poquitas pestañas y cejas poco pobladas.
Siempre has sido un niño muy activo y despierto. Noble y un poquito caprichoso también. De pequeño te entregabas a lo que te traías entre manos con gran dedicación, a veces de una forma casi adictiva, ya fuese leer o cualquier otra actividad.
A una edad muy temprana tanto los padres de tus amigos como tus profesores empezaron a hacerme ver que eras un niño especial, que destacabas entre los demás. Tenías y tienes lo que ahora llamamos empatía, eres capaz de ponerte en el lugar de los demás y comprender sus preocupaciones o sentimientos.
Yo sentía que debía controlarte en ciertas cosas; ya sabes, las madres siempre queremos lo mejor para vosotros. Siempre me he sentido muy unida a tu hermana y a ti, pero creo que fue cuando te fuiste a Estados Unidos por primera vez, a tus 16 años, cuando empezamos a tener una relación más especial.
Hoy te escribo para expresarte lo que siento y para ello voy a usar el estribillo de la canción Telefonía de Jorge Drexler que tanto nos gusta.
Te quiero, te querré, te quise siempre, desde antes de saber que te quería. Te dejo este mensaje simplemente para repetirte algo que yo sé que vos sabías.
Muchas felicidades y un beso enorme.