Hace tiempo que, en mi casa, en vez de ir acumulando cosas y muebles los voy quitando. Las habitaciones están muy despejadas y las paredes bastante vacías, hasta el punto que a veces me da la sensación de tener una casa inacabada, sin terminar de decorar. Algo por otro lado normal, pues considero que el espacio que habitamos se debe ir adaptando a las diferentes circunstancias de las personas.
Necesito tener "tranquilidad visual" para conseguir mas fácilmente tranquilidad interior, sin llegar a convertirme en Marie Kondo. Pero el otro día acepté traerme a casa un mueble algo especial.
Es un pequeño aparador hecho a medida para un hueco de la cocina que mi hermana tenía cuando vivía en la plaza de San Francisco, hace más de veinte años. Yo desayunaba allí algunos días, cuando tenía tiempo antes de ir a trabajar. En apenas quince minutos de charla nos poníamos al día de nuestras cosas.
Diseñamos el mueble juntas y se lo llevamos a un carpintero para que lo hiciera. Aunque le costó trabajo enterarse de lo que queríamos y tuvimos que ir a la carpintería varias veces porque nunca encontraba el momento de acabar el mueble, al final resultó bastante "mono" y muy práctico. Ella y yo nos reímos al recordarlo.
Realmente yo no necesitaba ese mueble, pero me daba pena que esa pequeña despensa -que almacena algo más que latas- acabara en la basura. Lo he puesto en mi cocina y de algún modo mi hermana y yo guisamos juntas, desayuna conmigo todos los días y, en silencio, hablo con ella de mis cosas.
Tenerlo me produce una sensación agradable y me trae buenos recuerdos. Es como tener un trocito de ella conmigo.