Un Beso Definitivo

Hace bastantes años que mi sueño no es continuo, y sé que el de mucha gente tampoco. Será por la edad y las preocupaciones inherentes a los humanos.

He tenido épocas muy malas en las que me despertaba y no conseguía volver a conciliar el sueño, y otras mejores en las que me despertaba varias veces por la noche. Cuando esto empezó a ocurrirme me agobiaba bastante –tenia que trabajar al día siguiente y pensaba que iba a estar muy cansada. Poco a poco me fui acostumbrando a la idea de que mis noches serian así para siempre. Ya no me agobio por eso. El cuerpo se acostumbra a todo e intento aprovechar ese tiempo. Todo tiene sus ventajas.

Durante esos momentos se me han ocurrido ideas para mis proyectos, he pensado en proyectos nuevos o en quién o qué sería lo siguiente que quería dibujar o pintar. Recapitulo sobre mi vida, sobre lo que hago o dejo de de hacer. Pienso en mi familia, en mi trabajo, y en un sinfín de cosas. Incluso cojo el móvil de la mesilla de noche y escribo a Nono por si sigue despierto.

La diferencia horaria con la ciudad donde actualmente vive mi hijo es de seis horas. De modo que cuando aquí son las cinco de la mañana -hora muy frecuente de mis desvelos-, allí son las once de la noche y, con suerte, él todavía no se ha acostado. A menudo hablamos por la noche, me cuenta como van sus proyectos y yo leo bajo las sábanas (para no molestar). Él sabe que yo debo intentar dormirme y yo se que él debe seguir trabajando, así que no tardamos mucho en despedirnos con “un beso, hasta mañana”. Pero de pronto seguimos la conversación hasta que, de nuevo, nos decimos adiós, y mandamos algún emoticono de los que tiran un beso, pero de nuevo seguimos hablando y volvemos a despedirnos. Y así una y otra vez.

Un día se me ocurrió mandarle “un beso definitivo”, como señal para terminar la conversación y continuar –cada uno en su lado del mundo– con nuestras respectivas actividades: yo a dormir y él a trabajar.

May 5, 2017

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