Me encanta la sensación que se produce en mi cuerpo cuando voy a casa de mi hermana los miércoles por la tarde, sabiendo que estará allí su nieto Javi, que tiene dos años. Cuando me abren la puerta, él viene corriendo a mis brazos mientras pronuncia mi nombre. Nos fundimos en un abrazo, pues a la vez que levanto su pequeño cuerpo, lo estrecho contra el mío. En milésimas de segundos mi cerebro descarga endorfinas que me producen una inmensa alegría.
He leído que los seres humanos necesitamos el contacto físico para ayudarnos a vencer el estrés y para sentirnos seguros y confiados. En psicología se dice que las personas que no muestran afecto sufren hambre de piel, que no es mas que la necesidad de contacto humano.1 De hecho se ha puesto de moda dar abrazos gratis en la calle.
Pero mi experiencia va más allá y puedo afirmar que, aun sin ese contacto físico, si queremos podemos disfrutar de sensaciones muy parecidas. Así cuando mi hijo Nono trabajaba fuera de España nos acostumbramos a darnos lo que nosotros llamamos abrazos virtuales. El hecho consiste en ponerse de acuerdo, cerrar los ojos y centrase solamente en la acción placentera de pensar que nos estamos dando un abrazo. Nos mantenemos en silencio, respiramos hondo y después de unos segundos encontramos calma y sosiego.
Tu también puedes probarlo con tus seres queridos y contarme como te sientes.