Escrito el 7 de noviembre de 2019
Hoy viajo sola. Voy a Santiago de Compostela a un encuentro de dibujantes. En Málaga hace muy buen tiempo, pero en Santiago aterrizaremos con tormenta. Eso me ha hecho pensar que hoy puede ser el último día de mi vida. He llorado por mi, pero solo un poquito.
He recogido la casa como si fuese a venir visita: he ordenado los cojines del sofá del salón y las cosas de mi escritorio. He hecho mi cama, he doblado el pijama y lo he puesto debajo de la almohada. He hecho los ejercicios de relajación de pilates y he recordado a mi profesora Nuria. Me he duchado y he desenredado mis rizos por última vez. He lavado los platos del desayuno, pero he dejado la marca de mis labios en el vaso de la manzanilla. He pensado en muchas cosas que he hecho a lo largo de mi vida y también en muchas otras que he dejado de hacer. Ya estoy preparada para irme.
Ayer me despedí de Gabriela y he recordado a Maria del Mar, a mi hermana, mis sobrinos, a toda mi familia y al bueno de mi amigo Felipe. Esta mañana me despedí de Manolo con dos besos “de amigo” y he visto a mi cuñado Miguel leyendo esta carta en mi entierro. He ido a dar un paseo por la playa y he dejado secar mi pelo al viento. He llegado hasta casa de mi madre y le he dado mi último beso. Allí me he fijado en el incipiente color rojo de las hojas del pascuero convirtiéndose en flor.
De vuelta a casa, en el carril, he cogido un trozo de cactus que se había caído de una maceta de la acera de los suizos. Al entrar a mi casa he olido la rosa malva del jardín, la que tanto me gusta. En la parada del autobús, mientras el sol acariciaba mi cara, me he dado cuenta de que yo ya he estado en el paraíso. Nono me va a acompañar al tren del aeropuerto y será al último de mi familia que vea. Desde allí llamaré a Luly y será la última de mi familia con la que hable.
Tengo la sensación de haberlo hecho casi todo. Estoy en paz. No lloréis por mi. O hacedlo, si queréis, pero solo un poquito.
Por fin me reencontraré contigo.