Este es uno de los primeros edificios de apartamentos de alquiler de Torre de Benagalbón, construido a finales de los sesenta. Por su nombre deduzco que antes se apreciaban bastantes gaviotas por aquí, ahora suelo verlas más a menudo por la ciudad, y en vez de comer peces se comen las palomas que revolotean por los tejados.
Hace ya varias semanas y, con adelanto como siempre, empezaron a verse los primeros “brotes verdes” de la primavera. El mandarino de mi casa tiene más flores que nunca y el olor a azahar es increíblemente intenso y penetrante.
Comienzo mis paseos matutinos, que había dejado reposar un tiempo. El banco donde iba a sentarme está ocupado por un señor que está fumando, pero más adelante hay otro banco. El camino empieza a estar bastante transitado, casi todo hombres en bicicleta que pedalean en manadas, mientras sudan para ver quien llega primero. Por otro lado, mujeres que andan de dos en dos o solas como yo. Muchos perros de paseo y el ruido de persianas abriéndose. Se inaugura un nuevo ciclo, la tranquilidad de la zona empieza a romperse mientras una familia de escarabajos peloteros recorren kilómetros a mi alrededor, pasando una y otra vez por el mismo sitio. No se que andan buscando y uno de ellos se queda inmóvil cuando lo toco para hacerle una foto.
Todavía es temprano, pero dentro de un rato percibiremos el olor de las primeras barbacoas de la temporada. (Yo misma me dirijo a comprar carne para encender la mía.) El sol todavía es soportable, el jardín y la piscina están a punto y espero una de las mejores compañías que puedo tener: mi hija y mi amiga Gabriela. Pero algo me falta y –mientras escucho a Natalia Lafourcade y me identifico con ella– doy vueltas y vueltas como el escarabajo pelotero, pero esta vez alrededor de mí a ver si lo encuentro.
Escrito el 11 de marzo de 2017.