Denomino así a una generación que ha tenido un papel importante en el desarrollo de la vida laboral de las mujeres, pero que conserva además el “servilismo” propio de otras épocas y culturas de las mujeres hacia los hombres. Aunque algunos la llaman generación sandwich, yo prefiero llamarla generación perdida, más por el deseo de que de verdad se pierda y no con el convencimiento de que haya desaparecido del todo.
A estas alturas de la vida todavía no se si las mujeres y los hombres somos o no iguales, lo que si tengo claro es que todos somos “personas” y debemos comportarnos como tal.
En esa generación –y aun siendo formadas profesionalmente igual que los hombres– fuimos educadas de manera diferente. En general, salimos de casa de nuestros padres para casarnos y convivir con nuestra pareja, sin pasar por una etapa previa en la que poder disfrutar de nuestra independencia. Las mujeres asumimos nuestra vida laboral y la compaginamos como pudimos con la vida familiar y doméstica.
Cuando somos jóvenes todo es ilusión y no percibes esa situación. Te vas dejando llevar por la vida creyendo que lo que estás haciendo es lo correcto. Pero llega un momento en el que empiezas a pensar que hay algo que no funciona correctamente. Y es que en la generación de nuestros padres y abuelos la mayoría de las mujeres estaban (y están) convencidas de que su obligación era la de atender al hombre y a sus hijos, y que el marido debía trabajar para conseguir sustento para la familia. Este es el caso de mi madre. Ella dejó de trabajar cuando se casó, y hoy día sigue convencida de que las mujeres tenemos que “servir” a los hombres1.
Respeto esta forma de pensar, y soy consciente de que en mi generación también hay personas que piensan de esta manera. Yo me incluyo en un grupo de personas que pensamos que la mujer no tiene la obligación de servir al hombre. Aun así, considero que a lo largo de mi vida y por mi educación, he hecho lo mismo que las generaciones anteriores, actuando de forma diferente a la que pienso. Y es que no siempre es sencillo actuar como pensamos que deberíamos actuar. En mi opinión, esta situación genera frustración e insatisfacción. Siempre digo que soy como un “zurdo contrariado”2.
Creo que en la medida de lo posible se debe educar a la sociedad para formar personas que colaboren en todos los ámbitos de la vida.
Afortunadamente en las generaciones que nos suceden la actitud va cambiando, y hombres y mujeres comparten vida laboral y doméstica. La balanza se va equilibrando.
Escrito el 30 de octubre de 2016.
Un caso especial es el de mi abuela María Luisa que aunque atendía y “servía” a mi abuelo no dejó de trabajar y nunca perdió su independencia económica. Aunque nunca la oí quejarse por ese tema mucho sospecho que ella pensaba como yo, creo que era un “zurdo contrariado”. ↩
Para un niño zurdo trabajar con una herramienta para diestros causará frustración por la incomodidad y mal rendimiento. Cuando nacen, los niños son ambidiestros. Existe un período, entre tres y seis años, denominado Quirilancia, mas conocido como Ambidiestrismo, en ese período ambos hemisferios cerebrales son equipolentes, es decir no hay dominio de ninguno de ellos. ↩