Los edificios de la plaza del Teatro, esquina con Méndez Nuñez, están siendo remodelados. Pronto estarán acabados y serán habitados. Su fachada ha permanecido durante años sujeta con andamios, albergando en su interior únicamente el eco de las voces de las personas que en él vivieron y un gran puñado de escombros. A ello se suman varios años de obras para construir el nuevo edificio.
Durante todo este tiempo la zona ha tenido un vigilante singular, cuya savia guarda los secretos de una vida pasada: es un anciano ciprés, de varios metros de altura -que incluso supera la del edificio- y cuya espalda ha sufrido bastante a causa del polvo de la obra y la ocupación de su espacio circundante. Está situado justo en la esquina de la plaza en una zona triangular acotada por una verja de hierro donde, entre otras plantas, hay un ficus y este solitario ciprés mediterráneo.
Este esbelto árbol ha sobrevivido al temporal Gloria, que arrancó de cuajo a su gemelo -otro ciprés que crecía a su lado- y parte de la verja antes mencionada, e hizo empeorar las lesiones de su cuerpo. Su tronco y sus ramas están bastante afectados. Todavía le queda superar su última prueba, enfrentarse a sus nuevos vecinos. Espero que no le ocurra lo mismo que a su hermanos de la plaza de San Francisco, que fueron víctimas de la agresión humana.
¿Se enfrentará a la ira de algún vecino al que le tape unos cuantos metros de vista desde su balcón?
Esperemos que en una noche fría del gélido invierno no aparezca muerto.