El Canto del Gallo

Me resultaba maravilloso ver el despliegue de las plumas multicolores de la cola de los pavos reales que antaño había en La Alcazaba y que descendían hasta calle Alcazabilla. Al mirarlos pensaba que llegaban a un lugar prohibido, que no debían ir más allá del bordillo de la acera pues podrían perderse. Pero ellos sabían cuál era su lugar y tras sorprendernos con su graznido y replegar sus plumas se daban la vuelta lentamente y subían la rampa de entrada de la fortaleza para ocultarse. Al verlos tenía una sensación extraña. Me imagino que será algo parecido a lo que se debe sentir al ver las vacas sagradas de la India caminando en medio de la gente.

En definitiva, ver a un animal fuera de su hábitat se convierte en algo ilógico para nuestro pensamiento, al menos para el mío. Tan ilógico como oir el canto de un gallo a media mañana en pleno meollo de una gran ciudad.

El otro día, mientras dibujaba una panorámica de Málaga, a pocos metros de donde en su momento observaba con admiración los pavos, oía sorprendida una y otra vez algo extraño. Al principio pensé que provenía de alguna música de ambiente, que no era real, pero las repeticiones y mi aproximación al lugar de donde salía aquel canto me convencieron de que aquello era cierto. Estábamos oyendo una y otra vez el canto del gallo en las inmediaciones de calle Alcazabilla.

Quizás se trataba de algún macho que veía amenazado su territorio y por eso nos advertía con su cacareo.

May 14, 2022

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