Me felicitaron a las cuatro de la mañana desde Filipinas. Lo leí en la pantalla del móvil y esperé pacientemente a que amaneciera para contestar. No quería que supieran que estaba despierta a esas horas. Es el día de mi santo.
Mi mente se situó en el Pasaje de Heredia —que comunica las calles Santa Lucía y Granada con la plaza de la Constitución—. Por aquél entonces tenía el suelo de trozos de mármol entre los que sobresalía el tono rojizo; el pasaje estaba mejor iluminado que ahora y era más transitado, pues varios bares y marisquerías alternaban con pequeños negocios. Allí vi y oi a mi madre diciéndome: "No me gusta que seas así. Me han dicho en el colegio que no quieres hacer de Bernadette como te habían pedido. Lo hará tu hermana".
Esas palabras me han seguido persiguiendo hasta nuestros días. Y como en muchas otras ocasiones me he preguntado mil veces "¿Cómo soy? Mi madre no me ha dado la opción de explicarme".
Yo estaba muy ilusionada con hacer de Bernardita. Era un personaje que conocía bien ya que mi madre era en ese tiempo muy devota de la Virgen de Lourdes, por eso me puso ese nombre. Ella tenía en la mesilla de noche una figura fluorescente de la virgen que servía de lamparita en la oscuridad. La venerábamos como si acabara de bajar del cielo; yo la miraba y veía a su alrededor un halo celeste, del mismo tono que el lazo que rodea su cintura. Ha sido una "figurita" muy querida en nuestra casa (también recuerdo que mi padre agonizó con ella entre sus manos).
Nunca se lo he contado a mi madre pero el hecho de no querer hacer de Bernadette en la función del colegio no fue mas que un gesto de timidez, no por hacer la representación sino porque no me atrevía a decir que necesitaba un traje para vestirme como la niña. Yo pensaba que era un gasto extra que mis padres no podían soportar.