Soñando

Nunca antes había ido al gimnasio. No me atraía la idea de estar encerrada haciendo ejercicio y he preferido caminar o hacer actividades al aire libre. Este año me he apuntado a Pilates como una obligación para fortalecer mi espalda cansada después de trabajar encorvada durante casi treinta años.

Llevo sólo cinco meses y durante los tres primeros creía que no iba a poder continuar, pero yo no me rindo fácilmente, aguanté los primeros dolores y agujetas y ahora incluso me gusta ir. Tengo una profesora que yo creo que es algo especial, le gusta muchísimo lo que hace, se le da muy bien, y le da importancia tanto al cuerpo como a la mente, buscándole un lugar a lo importante que es la espiritualidad y el poder de la mente en nuestras vidas.

El otro día al terminar la clase, apagó las luces y estando tumbados boca arriba empezó a hablar con voz suave y dijo: Vamos a soñar. Imaginad un lugar donde os gustaría estar, pensad los colores, olores, las luces, el ambiente, si el lugar es real o imaginario… en fin cada uno se iba a transportar donde su mente le llevara.

Yo me imaginé en una explanada de arena, a modo de isla pequeña muy parecida al lugar donde hace varios años nos dejó el barco de la excursión que hicimos en Cairns, Australia, en el estado de Queensland, para visitar la barrera de coral. Fue algo maravilloso, algo que recuerdo como una de las mejores experiencias de mi vida. Allí había infinidad de corales, multitud de peces de todos los colores, conchas gigantes, estrellas de mar y todo lo que puede formar parte del tesoro marino.

En mi sueño el cielo era azul intenso, el mar de un verde precioso y la arena fina y clara como el agua que nos bañaba los pies. Allí estábamos tu y yo, fundidos en un abrazo donde piernas y brazos se confundían con nuestras risas. Más allá estaban Luly y Nono, ella tendría unos ocho años y Nono cinco. Era cuando Luly empezaba a vencer su timidez y Nono inventaba cosas que nos dejaban perplejos. Un poco más allá estaban mi madre, con su coco “a la italiana” y mi padre, muy elegante, vestido con traje de chaqueta y unos anteojos muy peculiares, los dos sentados en la arena, uno al lado del otro miraban como jugaban el resto de mis hermanos, de los cuales Loren, que tendría unos doce años llevaba la voz cantante.

Olía a tortilla de patatas y ensaladilla rusa de la que mi madre hacía y llevábamos a la playa los domingos, allí donde ahora están Las Chapas de Marbella. Llegábamos más de las dos de la tarde, pues mi padre nunca tenía prisa y nos deslizábamos entre los pinos, descendiendo el monte corriendo para llegar a la playa. También olía mi perfume mezclado con el agua.

Allí no echaba nada en falta, tenía todo lo que necesitaba.

Cuando terminó la clase y desperté del sueño cogí mi toalla para limpiarme lo que para los demás era sudor de la cara pero que en realidad eran dos lágrimas que sin querer se escaparon y corrieron por mis mejillas.

July 28, 2018

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