Cuando hallamos algo que habíamos perdido sentimos una gran satisfacción, una sensación difícil de explicar con palabras. Algo parecido se siente también cuando encontramos en la calle algo que no es nuestro.
Acostumbro a pasear por la playa los lunes por la mañana. Después de que las máquinas han limpiado y removido la arena, tras el trasiego de los domingueros, suelen aparecer objetos olvidados. Objetos de poco valor que nadie va a volver a buscar y que yo, a veces, encuentro.
Así he reunido unas cuantas palitas de plástico, rastrillos de distintos tamaños y colores, algún cochecito y varios moldes de animales. Los recojo y, después de limpiarlos, los guardo con ilusión para mis sobrinos nietos. El valor de todo "el botín" del verano rondará unos diez euros. Me pongo muy contenta cuando encuentro algo.
Comparo la sensación que tengo con la que debió tener Tootles, (un "niño perdido" de la película Hook, de Steven Spielberg, basada en el cuento de Peter Pan), que pasa gran parte del tiempo buscando un tornillo que piensa que perdió. Después de mucho tiempo buscando se da cuenta de que lo que había perdido eran sus canicas. Siente una gran alegría cuando las recupera. En realidad lo que había recuperado eran sus pensamientos alegres.
Yo voy mirando por la orilla, pensando en mis cosas, disfrutando de la sensación de serenidad que me da el contacto con el mar, el ruido de las olas, el graznido lejano de las gaviotas. Inconscientemente busco algo que me de felicidad.
Creo que yo también quiero encontrar mis "pensamientos alegres".