Hace ya más de quince años desde que Manolo empezó a jugar al golf.
Por sesenta euros se compró sus primeros palos con bolsa incluida. Estaba muy contento.
Poco a poco y, al comprobar que se le daba bien, empezó a jugar casi a diario.
A diferencia de otros entretenimientos el golf necesita mucho tiempo para completar "la partida" y por ello yo cada vez tenía más tiempo libre. Centré mi atención en el arte y fui desarrollando cada vez más mi gran pasión, el dibujo y demás disciplinas.
A mediados del año 2019 tuve la oportunidad de acompañar a Manolo en un torneo en el que las parejas se formaban con una persona federada y otra no federada, el Trofeo Amigos.
Un torneo en el que se juegan nueve hoyos en los que comienza lanzando el jugador experto y termina la jugada el novato cuando la bola ya está en el green—es decir, el acompañante golpea la bola con el put hasta meterla en el hoyo.
Era la primera vez que yo jugaba al golf. De los nueve hoyos en los que "pateé", metí seis bolas de un solo golpe. En dos de los hoyos lo hice de tres golpes y tan solo en uno di mas golpes de la cuenta (lo que se considera raya en la puntuación).
Manolo no podía creerse lo que estaban viendo sus ojos —ni yo tampoco— dado que era la primera vez que cogía un palo de golf. Lo cierto es que cuando en uno de los hoyos encajé la bola a una distancia de más de dos metros, solté el palo, cogí impulso y salté sobre él para que me cogiera en brazos, aun a riesgo de partirle la espalda. Estábamos emocionados y gritamos de alegría.
Quedamos los segundos en el campeonato con diecinueve puntos, a un punto del primero. Tengo mi trofeo de golf guardado en una vitrina junto a los suyos.
Fue la primera y la única vez que había jugado al golf.
Posiblemente fuera "la suerte del novato".