Aunque de ascendencia extremeña y alcalaíno de nacimiento, mi padre vivió la mayor parte de su vida en Málaga.
El día 28 de febrero de hace más de cuarenta años, en mil novecientos setenta y siete, celebramos por primera vez el Día de Andalucía. Mi padre estuvo allí, hizo el recorrido de la manifestación que reivindicaba la autonomía andaluza, junto a mi hermana Mária, que recuerda cómo un grupo de personas ayudó a escalar a un joven por la fachada del antiguo edificio de la Diputación (sito en la Plaza de la Marina), y colocó sobre ella la bandera de Andalucía, la blanca y verde, la bandera de todos los andaluces mas allá de las convicciones políticas de cada uno, a pesar de que el presidente de la Diputación Provincial lo había prohibido.
Ese día nos unimos para defender “lo nuestro”, nuestra identidad y nuestras ganas de situarnos a la cabeza dentro del mapa piel de toro.
Fue un día Grande, celebrado por miles de andaluces, pero que se vio enturbiado por la muerte del joven de 18 años Manuel José García Caparrós, en el inicio de la Alameda de Colón, en la acera del peculiar edificio del Banco Exterior de Crédito que proyectara el arquitecto Ramón Vázquez Molezún.
Hoy sigo unida al sentimiento andaluz, a mi acento, a mi pronunciación no forzada y sin eses al final de las palabras, a mi buena sintaxis del castellano. Amo cada una de las ocho ciudades que componen Andalucía y me siento orgullosa de ser una Mujer Andaluza.
Sí, mi padre y mi hermana estuvieron allí. A veces pienso que esa bala disparada por alguien, que aún no tiene nombre y apellidos, le podría haber dado a alguno de ellos.
¡Feliz Día de Andalucía!