Hoy he decapado la pintura gris martelé que le dí al taburete de la consulta de mi padre cuando me lo llevé a mi clínica y ha aparecido su pintura original. Es blanca, aunque ya está amarillenta por el paso del tiempo.
Mientras aplicaba el decapante he sentido sus manos despigmentadas por el Vitíligo girando el taburete. El tiempo se ha ralentizado y muevo la brocha como si lo hiciera a cámara lenta. También me he visto a mí y mis hermanos jugando con el taburete, hasta que el estruendo de sus patas metálicas al caer al suelo nos hace correr y dispersarnos como si nos persiguieran los Grises. He percibido el olor a alcohol y otros desinfectantes de la "sala de rayos" que teníamos en la casa. He saltado por el patio interior que comunicaba esta sala con el baño, el dormitorio de mis padres y el nuestro y así he evitado que me vean en pijama los pacientes que esperan a mi padre en la sala de espera. He olido el cocido de mi madre que lleva horas hirviendo en la cocina y la he oido llamar desde la calle a Milagros para que le ayudara a subir el carro de la compra. Observo el extremo de las acelgas asomando por la tapa del carro.
Me he puesto a hacer mis deberes.
Ya es la una de la tarde, no hay nadie en la sala. Se puede caminar libremente por la casa. Respiro profundo.
Levanto la cabeza, sonrío y sigo decapando el taburete.