Vivo a 20 kilómetros de la ciudad y aunque lo mas probable era que el niño naciera por la tarde-noche me fui por la mañana a Málaga. Quería estar cerca de mi hija por si me necesitaba.
Contacté en la Plaza de Camas con mi grupo de dibujo con la intención de distraerme. Elegir hacia donde mirar no me resultó tarea fácil.
Esa mañana mis trazos eran mas torpes que de costumbre, no atinaba con lo que quería hacer. Derramé el agua de la acuarela y me movía de un lado a otro buscando el sol. Estaba nerviosa. Mi mente estaba en otro sitio.
Dibujando la torre de la iglesia de San Juan miraba hacia arriba, mas allá de la cruz, esperanzada en que si había alguien allí, en lo mas alto, nos ayudaría a que todo saliese bien durante el parto. Pasé el mediodía y parte de la tarde con mis sobrinos y mi hermana, hasta que decidí acercarme aún mas al hospital. A los pocos minutos de estar allí por fin recibí la llamada de mi hija. Parecía que el momento se acercaba.
Durante las contracciones yo contenía la respiración e intentaba empujar con mi abdomen para transmitir la fuerza necesaria para que el niño saliera. Cuando la contracción cesaba exhalaba mi aire contenido en un intenso suspiro. Quería hacer todo lo posible para acelerar el proceso, para aliviar el dolor de mi hija, para ayudarla, como toda madre hace.
Después de varias contracciones fuertes y ayudado por su padre por fin nació el pequeño. Lo puso encima de su madre. Enseguida abrió los ojos y movía su cabecita buscando, como mirando a ver quién había allí.
Mi respiración se fue tranquilizando.
Sentí una inmensa alegría.
Ese día, 26 de enero de 2023, nació mi nieto.