El Jardín de la Catedral

En el Jardín de la Catedral de Málaga pasamos varios veranos mis hermanos y yo. Esa fue la causa de muchos de mis llantos (pues yo prefería quedarme en casa con mis padres).

El jardín se encuentra adosado al Patio de los Naranjos y elevado con respecto a él. Tiene una planta mas o menos cuadrangular con una alberca en su centro, canales de agua en ambas zonas laterales y una forma irregular en su zona norte donde hay una gran columna de piedra.

Disfrutábamos jugando entre los pequeños canales, correteábamos con cuidado para no mojarnos los pies y nos escondíamos detrás de los setos de duranta para no ser sorprendidos por el jardinero. Pasamos muchas tardes de verano corriendo alrededor de la alberca, haciendo carreras de longitud en una distancia que a mi me parecía inmensa, sobre un suelo de cantos rodados y barro del que tengo algún que otro recuerdo en mis rodillas en forma de cicatrices.

La columna, hoy día cercada con un verja, servía de apoyo para diversos juegos como el "burro" y el "pañuelito". Pasábamos la tarde en esos jardines hasta que anochecía. Uno de los mayores alicientes del verano era cuando venían a pasar el mes de agosto las vecinas de una casa de enfrente del jardín, en calle Císter. Eran también familia numerosa de las de antes, como nosotros. No recuerdo ningún nombre, sólo que les llamábamos "las sevillanas". Me imagino que serían todas niñas.

Sentados en los escalones que dan al Patio de los Naranjos, mis hermanos y yo probamos por primera vez el yogurt Danone, pues éramos amigos de los hijos del representante de la marca en Málaga, que nos lo dió a probar. Vivían en la casa que hace esquina entre calle Cañón y calle Císter. Entre todos compartimos un solo envase, con eso nos confor­mamos. Algo impensable en estos días.

En calle Cañón vivía una niña de Alozaina que se llamaba Gloria. Su madre, a veces, nos invitaba a merendar pan cateto con manteca "colorá" que hacían en su pueblo y que sabía al nombre de su hija.

En los bancos de mármol rojo que rodean la gran columna aprendí a hacer punto de media y crochet de la mano de nuestra muchacha Teresa, que vivió con nosotros hasta su muerte. La recuerdo con su uniforme de tela de percal de cuadritos rosa y un delantal blanco.

Tiempo después el jardín sirvió como lugar de reunión para otro tipo de "juegos" menos inocentes, convirtiéndose en una zona a evitar después del atardecer.

Siempre que paso por calle Císter recuerdo esos veranos.

October 4, 2020

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