A diario me desplazo a Málaga desde Torre de Benagalbón para trabajar y suelo llevar un bolso o mochila grande donde meto -además de gafas, llaves, monedero y resto de objetos personales- mi cuaderno de dibujo y otra bolsita con rotuladores calibrados, pincel, recipiente con agua, servilletas, papel para prueba de color, rotulador blanco, pluma y tintero y mi caja de acuarelas, de las que tengo distintos tamaños para usar según la ocasión. Algunos días también llevo un taburete plegable e incluso mi ordenador portátil.
Aunque la mayoría de los días no me da tiempo a dibujar el hecho de llevar todo conmigo me da tranquilidad. Y por el contrario, si algún día excepcionalmente no llevo mis herramientas de dibujo me siento muy intranquila. Así que suelo referirme a mi bolso como el bolso de Mary Poppins, una de las películas de fantasía que más me gusta. Su bolso es un lugar donde todo cabe, ya sea material o no.
Suelo llevar también todas mis cosas cuando salimos a comer o simplemente a dar un paseo. Es algo así como cuando un fotógrafo lleva su cámara colgada por si delante de sus ojos aparece una escena inesperada, una increíble puesta de sol, el juego de unos niños en la calle o cualquier otra cosa que llame su atención.
Así que dentro de ese bolso llevo conmigo mi tranquilidad, mi oportunidad de dibujar, de aislarme del mundo, de quitarme un poco de estrés acumulado, de evadirme en el tiempo y el espacio. Llevo un poco de mis anhelos, ilusiones y mi felicidad.
Por eso cargo todo eso conmigo a diario, aunque puede que haya gente que no lo entienda.
Escrito el 4 de febrero de 2020.