Hoy el poniente ha rolado a una suave brisa levantina que riza levemente el agua. Las grandes olas se han ido y, al mirar al horizonte, el mar nos ofrece una variada gama de tonos azules, a modo de un manto de shibori.
Hacía tiempo que no veía tantas barcazas pescando en esta zona, debe ser que el mar revuelto ha traído la ganancia para los pescadores. A lo lejos atisbo un grupo de gaviotas dejándose llevar, pescando y flotando sobre el azul ultramar. El sonido de las olas se hace rítmico junto al de mis pisadas al andar. Hay gente corriendo y otras sacando sus perros a pasear. Mucha paz.
Imagino que estoy en un país extranjero, pero entre una hilera de árboles el cartel de un conocido supermercado se alza como si fuera una palmera más y me hace recordar que estoy en mi ciudad. Me siento a descansar sobre una roca, veo a los hombres pescar, y a lo lejos puedo apreciar que la niebla sobre Málaga cubre todo el litoral.
Ya de vuelta a casa veo una capa de basura sobre el mar, un montón de colillas sobre la arena y excrementos de perro que me estorban para caminar. Las cuerdas del vallado del sendero están rotas y se están secando las azucenas de mar. Los barcos se vuelven porque no tienen más que pescar.
Yo no dejo de pensar en mi amiga María del Mar, quiero que se calme también su tempestad.
Escrito el 30 de julio de 2019.