No fue hasta varios meses después cuando me dí cuenta que ese había sido nuestro último Gran Desayuno. Nos lo sirvieron en Higgins Beach, en el estado de Maine, en el hotel donde alquilamos una habitación para pasar la noche, Higgins Beach Inn. Llegamos ya entrada la noche y antes de ir al hotel dimos una vuelta con el coche y pudimos apreciar como rompían las olas del mar muy cerca de la carretera. Teníamos el desayuno incluído y desayunamos a la carta. Podíamos pedir todo lo que quisiéramos y teníamos a nuestra disposición a un muchacho, un camarero muy joven, que se esforzaba en ser amable y que se ganó con creces su propina. Todo estaba buenísimo y muy bien presentado. Yo tomé tostadas francesas y gran variedad de frutas con yogur. Nono "eggs Benedict with lobster" y tortitas con nata. Desayunamos tanto que no volvimos a probar bocado hasta la noche.
Higgins Beach me pareció un pueblecito de cuento, con casas de madera, de tejados inclinados y jardines delimitados sólo por la hierba que rodeaba las casas, sin necesidad de vallas. En la mayoría había mecedoras de lamas de madera, de diferentes colores, dispuestas mirando hacia la playa, esperando que alguien se sentara en ellas para contemplar aquel bello paisaje. La playa es preciosa y la recorrimos de una punta a otra la mañana siguiente.
Yo bajé a la playa después del desayuno y me senté a hacer un dibujo del pueblo, Nono bajó después y también se puso a dibujar. Mientras dibujaba, se acercó a mi un hombre de mediana edad, de piel curtida por el sol y barba un poco desaliñada. Se quedó mirando el dibujo, dijo que le gustaba y me preguntó de donde era. Le dije de España, Andalucía, Málaga. Repitió Andalucía y pronunció la palabra Sorolla, dándome a entender que el pintor valenciano era andalúz. (Yo le hice las aclaraciones pertinentes.) Me dijo que él era artista local e intercambiamos nuestras tarjetas de visita. Desde entonces nos seguimos en Instagram y, al mirar sus pinturas, veo el mar de Sorolla plasmado en Higgins Beach, los colores de su paleta, la soltura de sus pinceladas y la intensidad de la luz de sus cuadros.
Por la mañana la marea había bajado y el agua estaba bastante retirada del inicio de la playa. Caminé bastante para llegar a ella sobre la húmeda arena marrón que me refrescó los pies hasta poder darme un chapuzón de agua fresca. Luego anduvimos hasta llegar a lo que yo creo que era el río desembocando en el mar, donde había un grupo de pescadores cubiertos de agua hasta los muslos, protegidos con botas de agua muy altas y me imaginé el salto de los salmones cuando van a desovar después de su migración desde el océano. Yo solo había visto antes algo así en la películas. Allí nos paramos y estuvimos haciendo pilates, y en este caso yo era la profesora. Esa fue nuestra última escapada juntos y aunque en ese momento no lo supiéramos nada volvería a ser como antes.
Durante los últimos años hemos tenido muchas duras despedidas y reencuentros felices. En estos días los dos tenemos la misma intranquilidad, no sabemos bien como afrontaremos el futuro, y en nuestras conversaciones, a menudo, nos volvemos irascibles. Tu porque te cuesta pensar en el cambio de vida que vas a hacer, después de tres años viviendo en Estados Unidos y yo porque presiento que esta vez te irás para no volver. Siempre me quedarán mis escritos para no olvidar estos maravillosos momentos.