Hace dos años tuve la oportunidad de disfrutar del precioso fall foliage (la caída de las hojas de los árboles en otoño) en Boston, Massachusetts. Se ven hojas de multitud de colores de la gama cálida del círculo cromático, desde el amarillo al violeta. En relación a esa vivencia escribí el relato de La Mujer Arce, en marzo de 2018. Ese escrito acaba diciendo: Ya no queda nada en ese bolsillo, solo la esperanza de vivir otro mes de octubre en Nueva Inglaterra.
Pero el otro día, dibujando en el puerto de Málaga, me sentí en Boston de nuevo. Atraída por el color anaranjado de los árboles del Paseo de los Curas, me decidí por dibujar la Alcazaba y su entorno.
El color de la edificación, en su conjunto, formaba parte de la misma gama de naranjas y ocres y se complementaba con el color verde conservado en las copas de los árboles mas altos y en los longevos cipreses de la Alcazaba. En medio de ellos resaltaba el blanco impoluto de la pérgola del muelle y rematando la escena destacaba también el azul-verdoso del agua del mar, que yo veía como un idílico lago de un oasis limitado por palmeras.
Y aunque solemos valorar más "lo de fuera" que lo nuestro, en ese momento ese hermoso espectáculo estaba teniendo lugar ante mis ojos, en mi ciudad, en mi vida cotidiana. Pude sentir la misma paz que sentí en el campus de Harvard, y la misma libertad que tengo cuando voy de viaje. Como diría Rudolf Arnheim en su libro Arte y Percepción Visual, estaba mirando no solo con mis ojos sino con el resto de mis sentidos.1
Días más tarde de haber hecho este dibujo me di cuenta de que yo no era la única que miraba hacia la Alcazaba, hacia el color de los árboles y hacia el mar, que no era la única que dibujaba y no fui la única que miró con los otros sentidos que no eran los ojos. Sin saberlo, Luis y yo, coincidimos en el mismo contexto espacio/tiempo de la misma experiencia visual.
Arnheim, Rudolf. Arte y Percepción Visual: Psicología del Ojo Creador. 1997. Página 63. ↩