Mi amiga María del Mar tiene unos de los ojos mas bonitos que he visto en mi vida. Son de un color azul celeste, intenso y claro, como es ella. Tan claros que a través de ellos puedo saber lo que está pensando. Veo sus conexiones neuronales desencadenando emociones y entusiasmo. Ese entusiasmo con el que se aferra a la vida y a su vez se enfrenta a la muerte. Yo le digo que todos vivimos día a día y morimos día a día. Todos estamos en la línea de salida, pero no sabemos cuanto tardaremos en alcanzar la casilla de llegada, pues la vida funciona como un juego, o como una carrera de fondo, según se mire.
Los ojos de mis sobrinos-nietos son de un color castaño oscuro, tan oscuro que su expresividad se trasluce a través de sus gestos, de los movimientos de sus largas pestañas y sus rabillos. Transmiten ingenuidad a la vez que sabiduría, ganas de jugar, aprender y comerse la vida.
Los ojos de mi madre siempre han tenido gran viveza. Ella es consciente de ello y los maneja a su antojo. Los pone alegres cuando está alegre y realza su mirada con "Aveñula" verde. Los pone tristes cuando está triste, desencantada, cuando no le salen las cosas como ella quiere o cuando quiere llamar la atención. En la oscuridad ya se convierten en torpes.
Los ojos de mis hijos son brillantes, de un tono verde oscuro, como los de su padre y aún transmiten la alegría de la juventud. La viveza de los de Luly es la misma que la de los de mi madre. Los de Nono están cargados de nobleza y ganas de comerse el mundo.
De mis ojos pienso que han perdido mucha alegría, aunque hay días que muestran resquicios de la que me queda. En general están un poco mustios y a veces, descontrolados, sueltan alguna lágrima inconsciente hacia los lados, como si el rabillo del ojo se comportara como un surco marcado en la arena. Ya han visto muchas cosas tristes y alegres y como los de todo el mundo, no se las que me quedarán por ver.
Ya no recuerdo bien los ojos de mi padre.
(Escrito en diciembre de 2022.)