El Mejor Regalo
Recientemente he visitado a mi sobrino Ito y a su novia Mar, que están trabajando en Edimburgo. Una de las cosas que más echamos de menos cuando vivimos en el extranjero es la comida de nuestra casa. Platos tan sencillos como los huevos fritos o la tortilla de patatas se convierten, junto a los embutidos, en grandes manjares. Por ese motivo les llevé un lomo ibérico y varios paquetes de “pipas tijuana” -que a Ito tanto le gustan. No conozco demasiado a Mar y, aunque pasé la semana previa al viaje pensando que podría regalarle, al final no le compré nada especial.
Ito estaba trabajando la noche que llegamos. Mar nos recibió en la parada de autobús de Haymarket. Nos vimos a lo lejos, corrimos una hacia la otra y nos dimos un fuerte abrazo.
Los siguientes días me seguía preguntando que podría comprarle a Mar que le gustara, pues estaba muy agradecida por su recibimiento y por cómo había preparado todo para que nuestra estancia fuese placentera. En mi afán de conseguirlo, se lo pregunté a ella y me contestó: “el abrazo que me diste al llegar vale por todos los regalos que me puedas comprar”. La verdad es que me encantó que me lo dijera, al oír esas palabras sentí una gran paz.
Me quedé pensando en que para mí ese abrazo también supuso algo más que un simple gesto. En cuestión de segundos compartimos una gran muestra de afecto y cariño.
En algunas ocasiones un abrazo se puede convertir en el mejor regalo. El contacto físico del abrazo produce grandes beneficios psíquicos, y ese beneficio perdura en el tiempo.
Ese hecho me recordó a los abrazos que nos damos Nono y yo cuando nos despedimos por largas temporadas y tal es la sensación de bienestar que se siente que, a veces, cuando mi estado de ánimo o el suyo están “un poco bajo” nos damos lo que yo llamo “un abrazo virtual”, a distancia. Consiste en cerrar los ojos e imaginarse el gesto del abrazo por breves instantes y en ese momento el cuerpo, aún sin contacto físico, tiene el mismo bienestar que cuando el abrazo fue en persona.